18/3/13

Apuntes para el prólogo de NO HABLARÉ DE ELLOS




Este poemario habla, lo he descubierto ahora que nos hallamos con Autieri trabajando sobre las fotos (yo cebo mate y sugiero, él trabaja e ignora), de derrotas, de ilusiones noqueadas, de nostalgias de lo no-existente-nunca-jamás.
Ilusivalgias fue el neologismo que inventé hace tantos años cuando un espíritu nietzscheano me desbordaba, cuando la empatía con la Segunda República traicionada –que genéticamente me resonaba a la traición del Partido a sus militantes en los ‘70, mi padre entre ellos, que selló con fuego la frustración y el resentimiento en mi adn-, cuando escribía “fauvistamente” entre Baudelaire y Bukowski haciéndome, ebrio como un barco, carne en maravillosas féminas (harpías, todas ellas, pérfidas, malhabidas, pero profetas, sí, de la que no nombro por pudor y placer secreto), cuando vociferaba -al límite de mi propia salud- contra los idiotas y profanos.
Estos textos, Ud. puede llamarlos poemas –no lo culparé por la ignominia-, no han sido modificados desde entonces, y tampoco entonces fueron retocados. Varios tienen unos títulos aberrantes por su cursilería: no lo supe disimular. Tenía impregnado el Manifiesto (o los) de Breton en el sobaco y había admirado el anárquico devenir de Tzara y Dadá y la locura de Artaud como aquella del bigotón alemán. Todavía existen, resistentes, algunos de sus harapos en mí. Pero decía, todos son hijos de una primera y única escritura. No siempre automatismo, pero sí una estética vomitiva, catártica, corroída.
En lo formal, hay cuatro poemarios dividido en dos bloques. El primero, “Ilusivalgias. Fango, Poema y Dios” sigue siendo todavía una tríada maravillosa. El “Fango” se presenta como cronotopo de la derrota, el “Poema” como héroe, es la herramienta que intenta la liberación de aquella angustia existencial y “Dios” resulta la perfecta metáfora del fracaso. Lo acompañan dos hijos sobrevivientes de una traducción personal de unos versos de Apollinaire.
El segundo bloque –“Ilusivalgias”, a secas- se sumerge en la derrota, se entrega al sinsentido de sobrevivir a pesar del final anunciado. Lunáticos, los versos, renuncian a la tierra, su esperanza y su maldición, pero, hundidos en el barro de la ciénaga hasta los ojos, creen ver en aquel arquetipo hembra la única redención posible. (De la misma época, es el haiku que mejor refleja la etapa: “Tras ver la luna / renuncio a estas tierras / y su maldición” y que supe ignorar para esta publicación). Los cuatro últimos poemas, auspiciados por la pretensión bukowskiana, reflejan la derrota de los cuatro seres que me habitaban entonces: el intelectual, el amoroso, el poético y el político.
Hay una cuestión que me interesa abordar todavía, la cronológica. Estos textos tienen un período de creación relacionada aunque nunca los fechaba. 2003 marca el comienzo del tercer ciclo zodiacal de mi vida. El primero, que abarcara desde la noche del Año nuevo de 1979, donde el aporte sexual de mis padres sudados en su desnudez, aunque sin demasiada convicción, me engendró hasta la tarde de 1991 donde mi madre regaló los juguetes del niño que fui hasta el año anterior en que vi llorar a mi padre. El segundo ciclo, signado por la militancia social y política, se inauguró con el permiso de mi progenitor de acceder a la “Pequeña biblioteca marxista-leninista” (que con fruición consumí a la par de los aromas de la poesía nerudiana y el tambor afrocubano de los versos de Guillén) y se clausuró con la cooptación de la experiencia popular (revolucionaria, término válido si extraemos el sustrato dogmático del mismo) de la post caída de la hegemonía neoliberal.
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(Fragmento escrito en un bello cuaderno blanco en las noches del 4 y 5 de abril de 2012, mientras un tornado borraba la memoria de los árboles del Conurbano Oeste de Buenos Aires. El texto final, así como el poemario (des)íntegro, pueden leerse en el link debajo de la foto)